miércoles, 26 de junio de 2013

La noche en que Frankenstein leyó El Quijote. Santiago Posteguillo

Nunca pensé que una recopilación de anécdotas literarias pudiera significar tanto para mí como esta obra de Posteguillo, veréis es que yo no soy mucho de anécdotas, ni de biografías, ni de contextos. Tampoco me he parado nunca a pensar en motivaciones personales, inspiraciones, desengaños o desilusiones. Creo, ahora me doy cuenta, que nunca he sido consciente de que detrás de cada historia narrada hay otra historia desconocida e igual de fascinante pero que en ocasiones, no transciende hasta pasados los años. De igual manera, esta novela me ha llevado a la conclusión de que nunca he sido capaz de valorar las obras literarias que hoy son tan fáciles de encontrar en cualquier librería o de la suerte de poder disfrutar de su lectura. Muchas de ellas, algunas de las incluidas en esta obra, son a las que Posteguillo se refiere como las grandes victorias de la literatura universal. No puedo imaginar mi vida si alguien me hubiera privado de novelas que para mí han sido muy importantes. Quizá hoy sería una persona distinta. Ahora también soy consciente de la cantidad de novelas que debido al destino, la suerte, las casualidades o el desatino de determinado editor se han podido perder para siempre. Puede que sólo necesiten de tiempo para que alguien las descubra.

Desde hoy, veré con otros ojos a autores como Kafka, Dumas, Saint-Exupéry, Pérez Galdós o Rosalía de Castro y agradezco a Posteguillo el haberme descubierto a otros, y por favor no os riáis de mi ignorancia, como Walter Scott o Raymond Chadler. Muchas de las historias que recoge Posteguillo dan buena cuenta de la personalidad, vida y tormentos de autores de sobra conocidos por todos. Me conmovió especialmente  la desdicha de Dostoievski que arrastró durante toda su vida el lastre de su ludopatía o la valentía y el arrojo de Walter Scott que nunca contempló limitaciones en su cojera y que gracias a su tía Jenny, desarrolló su gusto por la poesía y nunca olvidó las historias que ésta le contaba sobre la antigua Escocia. Me gustó mucho la paciencia y perseverancia con las que Tolkien supo luchar contra la injusticia que pretendía ejercer sobre él y sobre su obra una editorial americana. Y nunca olvidaré a Alexander Solzhenitsyn cuya obra siempre fue perseguida por el KGB, una novela maldita que no convenía tener mucho tiempo entre las manos. No sé si algún día reuniré las fuerzas necesarias para leer Archipiélago Gulag, obra en la que narra sus días en un campo de trabajo en Siberia.

Prometo leer Orgullo y prejuicio, la obra de Jane Austen que los Cadell no quisieron publicar, y alabo el cariño de los familiares de la joven que, pese a esta negativa, siempre la animaron a seguir escribiendo. El Lazarillo de Tormes ya nunca volverá a ser anónimo y ya no sé qué pensar respecto de William Shakespeare pues todo apunta a que hay gato encerrado, además de una importante recompensa para quien aporte luz al misterio de su obra. Y no quiero morir sin antes viajar a Dublín y pasear por las calles que vieron nacer a James Joyce, Bram Stoker, Butler Years o Maeve Bynchy, sin olvidar incluir en el itinerario la visita a la inspiradora biblioteca del Trinity Collage y la próxima vez que visite Santiago pienso disfrutar del claustro del Parador de los Reyes Católicos. Ah! y me siento muy desafortunada por haberme perdido la película que ponían ayer en televisión, Remando al viento de Gonzalo Suárez, que trata de la noche en que Frankenstein leyó el Quijote, o al menos de los días que el matrimonio Shelly pasó en la casa que Lord Byron tenía en Suiza. Pero sí que veré Anonymous, una película sobre cierta teoría respecto de la autoría de las obras de Shakespeare y que Posteguillo también menciona en estas páginas.

Con esta novela me he dado cuenta de que Santiago Posteguillo es un gran escritor que me ha hecho pasar dos tardes estupendas, incluso he llegado a desear haberlo tenido como profesor de literatura en esos días en que la literatura no me interesaba lo más mínimo. Y estaré encantada de leer su trilogía de Escipión. Tan emocionada estoy por esta lectura que, por si todavía no ha quedado lo suficientemente claro, os animo a que, por favor, no dudéis en disfrutar de esta entretenida e instructiva lectura.

Por último, quisiera suscribir una reflexión del autor, sobre la naturaleza humana y el futuro de la literatura,

Y es que, por encima de formas y formatos, más allá de los rollos de papiro, los libros de papel o los lectores electrónicos, está la perenne pasión del ser humano por que le cuenten historias. -página 215-

Un saludo, Lola.

3 comentarios:

  1. Ah! Y también quiero leer La dama del lago, alguna de las obras de Ann Perry y alguna otra de esas que V. C. Andrews escribió después de haber muerto.

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  2. Tengo muchas ganas de leerlo, creo que me lo van a regalar por mi cumple ^.^ (veremos a ver jejeje)

    Besotes

    PD. En cuanto a lo de Andrews... será de las que hubieran publicado póstumas!! Como escriba una vez muerta, mal rollo xDD ;)

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    1. Bueno, ya lo entenderás cuando leas esa historia pues los escritores fantasma no son un invento del siglo XIX ;)

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