En 1937, diecinueve mil niños vascos son enviados a países como Francia, la Unión Soviética, Inglaterra o Bélgica con el objetivo de protegerlos de los duros bombardeos que tenían lugar durante la Guerra Civil. A bordo del buque Habana, Ramón y Karmentxu Cudín viajan junto con otros tres mil niños destino a Gante. Allí los separan y son los Mussche lo que se hacen cargo de la pequeña a la que siempre tratarán como a un miembro más de la familia. Según Robert, Karmentxu llevó la alegría a sus vidas, en especial a la de su padre para el que supuso una compañía muy especial, pues compartió con ella su afición por el ciclismo y más de una jornada en su puesto ambulante de patatas fritas. Kirmen cuenta en pocos capítulos lo duro que resultó la travesía hasta que llegaron a su destino, la dificultad para adaptarse a una nueva forma de vida, diferente a la que tenían en el País Vasco, o las relaciones que se establecieron entre algunos de los niños que mantuvieron el contacto durante su estancia en Gante gracias a la amistad de sus familias de acogida, aunque lo pero fue la inevitable separación pues tras la victoria franquista, los niños fueron repatriados.
Esta historia es el pretexto del que se sirve Kirmen Uribe para narrar la vida del belga Robert Mussche, un joven intelectual, romántico, leal y de fuertes principios morales. Un joven de origen humilde que se vio obligado a dejar los estudios prematuramente pero que pese a eso siempre se mostró amante de la cultura, la música y la literatura. Aficiones que comparte con Herman Thiery, hijo del influyente Michel Thiery, al que le une una relación de amistad muy especial, y con Robert Brise. Un héroe al que sus vivencias bélicas, su servicio militar en Gante, su estancia en Granollers durante el 38 y su participación en los combates contra el ejército alemán en mayo de 1940, transformaron en el hombre inquieto, comprometido e idealista que años después pasó a formar parte de la resistencia contra los nazis y que siempre trató de encontrar una manera de cambiar el mundo.
A partir de variados testimonios, pasajes de novelas y poemas escritos por Herman, siempre bajo el nombre de Johan Daisne, y por el propio Robert, cartas enviadas entre distintos amigos, fotografías y, en especial, gracias a la gran ayuda de Carmen Mussche, quien le permitió el acceso a cosas tan privadas como la biblioteca de su padre o el diario que escribió su madre durante la ausencia de éste, Kirmen va encajando las piezas de un puzzle hasta dar forma a la vida y personalidad de Robert, a sus motivaciones y a toda una época marcada por la guerra y el sufrimiento.
El resultado es una novela sensible y muy emotiva, escrita con agilidad y sumo gusto, en la que Kirmen muestra los resultados de sus indagaciones y a través de la que comparte con el lector un sentimiento muy íntimo, el fin último que le llevó a identificarse y querer dejar constancia de la historia de Robert Mussche.
Durante toda esta lectura no paraba de evocar las imágenes que ya forman parte de mí gracias a la novela gráfica Maus, o a películas como Los falsificadores o Ispansi, que de una u otra manera, muestran el horror más cruel y despiadado de algo que nunca debió ocurrir.
Hay varias cosas que me han impactado de esta historia. La primera, cuando se hace referencia al momento en que Robert escucha a la banda de Neuengamme tocar para los nazis las composiciones de Beethoven porque siente que le arrebatan una parte de sí mismo, de su yo más personal. Siente que mancillan su pasado, sus recuerdos, todo lo que el músico significó para él. Es como si violasen los momentos en que escuchaba su música y la compañía con la que compartía esas veladas. Igual de terrible es el relato de lo que ocurrió en la bahía de Lübeck y el drama del Cap Arcona.
Algo que no he sido capaz de leer y que incluso, ahora, al escribir sobre ello me emociono. Página 206,
Muchísimos presos se libraron de la muerte gracias al incesante estribillo de la canción [...] Cincuenta años más tarde, uno de los polacos se acerca al grupo de los veteranos franceses...
Y ya, no he podido pasar de aquí.
Y por último, me encanta la teoría que Herman expondrá años después en una de sus obras, El tren de la tranquilidad, y que tiene su base en la primera ley de Newton. Según esta creencia, cuando una persona muere se produce algo similar a la inercia, de manera que transcurre un tiempo durante el cual seguimos sintiendo los efectos de sus actos. Creo que esto puede extrapolarse a todos aquellos que murieron para que los demás sobreviviéramos.
Un saludo, Lola.
P. D: ¿Os acordáis de lo que hablamos sobre la obra de Santiago Posteguillo? si la respuesta es afirmativa tenéis que leer este artículo, en el que Kirmen Uribe cuenta la historia que hay detrás de esta novela-
http://elpais.com/elpais/2013/03/20/eps/1363802312_858533.html -. Si la respuesta es negativa, primero deberéis leer la reseña sobre La noche en que Frankenstein leyó El Quijote.
my old ass
Hace 2 horas
Lo tengo fichado!! =)
ResponderEliminarBesotes