
También he de decir que Daniel Glattauer es un autor que me gusta, me parece original en el contenido y en la forma de sus novelas. Me gustó en Contra el viento del norte, incluyendo su controvertido final, creo recordar que por esa época prefería los finales no felices -menos mal que ahora me apetece el dulce, aunque suban mis niveles de azúcar en sangre, creo que de momento no es preocupante y me lo puedo permitir-, en ese sentido me pareció una pena que el autor estuviera trabajando en una segunda parte. Novela que por cierto ya tengo previsto incluir en mi maleta para mi semana anual de playa, es una tontería pero su título me pareció de lo más propio, Cada siete olas. En realidad, es una excusa barata porque lo cierto es que desde que se publicó está en el top ten de mi lista de pendientes.
Centrándonos en La huella de un beso. No espera, no puedo continuar sin antes decir que me ha sorprendido darme cuenta de lo importantes que llegan a ser los besos en lo que a amor se refiere, realmente están subestimados en la vida real. Ahora sí. La trama no tiene mucho de especial, Max es soltero y tiene un secreto, sobrevive con diminutos trabajos como escritor, sus días de gloria con "Babeando al viento" quedaron atrás, Kurt es su mascota y protagonista de "Una mirada fiel", un braco alemán de pelo duro difícil de poner en marcha, y Katrin es una joven ayudante de oftalmología que odia el día de su cumpleaños pues es la ocasión elegida por sus padres para presionarla en cuanto a amoríos se refiere. Sus vidas quedan conectadas como por casualidad cuando Max escribe un anuncio en Internet para buscar a alguien que cuide de Kurt mientras el huye del frío vienés en las Maldivas. La excusa perfecta para que Katrin pueda librarse este año de las tradicionales Navidades en casa de sus padres. Y ya estoy contando demasiado. Una historia de amor en toda regla, llena de encuentros y desencuentros, con carismáticos personajes secundarios aportados por ambas partes y que ayudan a los protagonistas a sacar lo mejor de sí mismos, es decir, que gracias a ellos, Max y Katrin nos hacen conocedores de las vivencias que les han llevado justo hasta donde están.
No estoy orgullosa de haberme reído a costa de Max en estados tan dramáticas y frustrantes para él como los pasados, pero es que resulta imposible no reírse de las situaciones y los disparates de esta novela. Tampoco es como para menospreciar el recorrido amoroso de Katrin, eso si que es tener ojo con los hombres. Y puede que cumplir años a ciertas edades resulte deprimente, pero si además cumples años en unas fechas que a mucha gente le resultan deprimentes y que a ti tampoco es que te deparen muchas alegrías, es difícil de sobrellevar.
Sólo le encuentro un pero, y no es el hecho de que no crea en amores que surgen de la nada en apenas tres email y dos citas que ni siquiera son citas, de hecho quizá por eso me gusta tanto leer sobre ellos, en realidad parece una forma de demostrar su existencia, el caso es que creo que al autor se le va un poco de las manos el secretillo/tengo fobia a los besos de tornillo -me hace tanta gracia este término, besos de tornillo, creo que no lo usaba desde mi más tierna adolescencia-, me pareció demasiado fácil su solución o quizá demasiado rápida para algo que estuvo ahí durante 25 años y no sé cuántos intentos de relación. Pero bueno, creo que antes o después, podré perdonárselo, quizá para el martes o el miércoles -hoy estás graciosilla, no, Lola? nunca había leído tanto chascarrillo junto-.
Por cierto, yo tampoco puedo hacer otra cosa que no sea adorar a Kurt, pero, puede un perro ser así? o es algo genético? quiero decir algo propio de los bracos alemanes de pelo duro, de su raza.
Para terminar y a título personal, sólo hacer un apunte, creo que, pese a haber disfrutado con la novela, si ese tipo de cosas me pasaran a mí, el tipo de cosas que le pasan a los protagonistas, no estaría preparada para ver el lado cómico de la situación. Max y Katrin parecen vivir con ello bastante bien, quizá sea la perspectiva del paso del tiempo.
En un día de lluvias como éste y sin nada más que añadir, creo. Un saludo, Lola.
P.D.: Una duda, Katrin tenía los ojos almendrados, no?