
Bien. Pues ya está. Leída. Y ahora, qué? Creo que al final no ha sido para tanto, lo que me tiene aún más desanimada pues esperaba mucho más de esta novela..., novela que por otro lado, sospecho olvidaré pronto.
El planteamiento era sencillo, los hermanos Paul y Serge Lohman, con sus respectivas mujeres, quedan para cenar en un restaurante obligados ante la difícil situación de tener que decidir sobre el futuro de sus hijos, metidos en un lío de los gordos. El restaurante elegido es uno de esos en los que si la cuenta da risa, más risa da la propina y en los que destaca más el vacío de sus platos que el contenido de los mismos -
creo que Serge dice algo parecido al final de la velada -, y lo que al principio empieza como una cena relajada y distendida, que en realidad no lo es tanto pues Paul nos hace partícipes de las tiranteces que siente hacia su hermano, termina por desembocar en un desenlace fatal según se van poniendo de manifiesto los intereses de los distintos implicados.
Visto de este modo, la lectura tenía muchos puntos a favor y, de hecho, me gustó o al menos eso creo porque todo en mí termina por resultar confuso. Hay partes que no me cuadran, anécdotas de la vida de Paul, interesantes pero que bien podrían haber formado parte de otra novela pues en ésta parecen carecer de sentido, parecen no tener justificación por pillar por sorpresa al lector. Y luego hay planteamientos que tampoco me resultan claros o quizá sea que lo que no me parece claro es el punto de vista desde el que se exponen. Si me tengo que quedar con algo es con los postres, el digestivo -
cafés y licores- y la propina, o lo que es lo mismo, la parte final de la cena, en la que se demuestra que, aquí como en la vida real, es el momento ideal en toda velada que se precie para sacar los temas más escabrosos.
Herman Koch usa su novela y a sus personajes para hacer una crítica de una clase acomodada holandesa que bien podría ser la de cualquier país desarrollado, de la educación transmitida de padres a hijos, sobre todo del ejemplo que los padres dan a los hijos y cómo influye en su comportamiento, de la violencia -
mal justificada en esta novela, desde mi punto de vista -, de la imagen pública y de lo políticamente correcto. Sus personajes aparecen marcados por prejuicios sociales que por otro lado considero que no pueden ser motivo de crítica pues cualquier persona es susceptible de caer en ellos, sólo hay que pararse a pensar, pero que a la vez son egoístas y desquiciados en una sociedad en la que todo el mundo se cree con derecho a hacer lo que sea necesario para conseguir un fin, es cuestión de escrúpulos y límites personales. Celos y envidias en el entorno familiar que se confunden con el amor y el anhelo de la búsqueda de la felicidad y la estabilidad. Después de todo parece una novela bastante completa.
-
Nota: si no has leído la novela, quizá deberías saltarte los dos párrafos siguientes, es posible que a Lola se le haya ido un poco la pinza -
Hay una idea que marca toda la trama y que es la que me ha llamado más la atención. El autor trata de hacernos creer que ciertos comportamientos humanos, en este caso los relativos a la violencia -
no sé si este fenómeno se podría extrapolar a otro tipo de actuaciones - están relacionados con la genética, con genes que se heredan de generación en generación, sin que la educación o el ejemplo paternos tengan poco o nada que ver. Por otro lado es imposible no sentir cierta repugnancia frente a la impunidad de actos que deberían ser castigados, más cuando son casos que vemos en la vida real. Creo que eso es lo que lo hace tan escandaloso, el poder identificarlos con algo real.
El personaje que más despistada me deja es Paul, el protagonista y narrador de la historia, al principio es un hombre con cierto encanto, irónico y mordaz, que mantiene una buena relación de pareja con su mujer y se lleva bien con su hijo, pero según va avanzando la historia, su grado de violencia va en aumento, con pensamientos y comentarios que a todas están fuera de lugar y con recuerdos pasados tremendos, una locura que termina por contagiar a toda la familia. Quizá fuera esa la intención de Koch, confundirnos con primeras impresiones, nada acertadas –
por nuestra parte, claro -.
Qué más puedo decir... Una lectura que, sin explicación aparente pues el desarrollo es dinámico y el lenguaje directo, se me ha hecho larga y de la que no he podido sacar conclusiones claras. Igual es cuestión de tiempo y un día de estos despierto con la clave.
Un saludo, Lola.
P.D: Releyendo mi propia reseña me parece que puedo estar satisfecha porque resulta tan confusa como mis sentimientos hacia la novela.